viernes, 2 de diciembre de 2011

En el principio fue el yerro...

La soledad que se experimenta cuando, decididos, paseamos por un pueblo de La Mancha a las tres de la madrugada es solamente comparable con la que te abofetea la cara al comprobar el pésimo estado de las estaciones de ferrocarril de la comarca valdepeñera. Muelles derruidos o en proceso de estarlo, grúas que han perdido su función, básculas herrumbrosas que nos miran, entre suplicantes y desafiantes, y que nos hablan de su pasado esplendor yde su agonía insoportable. Andar por la playa de la estación y ver cómo los muelles se caen a pedazos (eso en el supuesto de que no se haya desmontado el edificio propiamente dicho) produce sentimientos ambivalentes: tristeza por el estado de ese patrimonio, añoranza de los tiempos gloriosos de los ferrocarriles, imaginación desbocada al intentar vislumbrar el enorme trasiego de trabajadores y trenes en aquellos momentos...
Hay en el mundo del ferrocarril un aliento especial, una sensibilidad exquisita que permite ir más allá de la mera fascinación que los trenes nos producen. Conozco mucha gente que ama los caminos de hierro, que en España se han convertido, con el paso del tiempo, en caminos de yerro, en sendas por las que circularon ideas, pensamientos y palabras y que ahora permanecen mudas, huérfanas de metal y olor a diésel, vacías de carbonilla y humo de calderas, ese humo blanco que rodeaba al caballo de metal y lo hacía más misterioso y críptico, ese humo que todavía se resiste a desaparecer y que algunas personas, con abnegado trabajo, siguen intentando producir (y ahí está MARE ingeniería ferroviaria para demostrarlo).
En realidad, el problema viene de tan lejos que no podemos atribuirnos el origen de la situación, pero sí su permanencia en el tiempo. Los caminos de hierro españoles se plantearon de forma precipitada, buscando la conexión de la capital con la periferia y sin realizar la vertebración del territorio, de tender vías transversales que consolidaran un plan razonado y razonable... Aunque también es cierto que el mercado interior, el empuje económico de esa España decimonónica que acababa de sacudirse el Antiguo Régimen, no era demasiado intenso como para que existiera una demanda abrumadora y, por tanto, justificara la existencia de inmumerables líneas y tendidos ferroviarios.
Sea como fuere, ahí los tenemos: les chemins de fer. Caballo de vapor, hijo de la I Revolución Industrial, prototipo de modernidad y desarrollo, consolidador de la riqueza de unas poblaciones y verdugo del agostamiento de otras... Maravilloso tren, terrible, bello, ruidoso, calmado, estructuralmente enfermo y, sin embargo, resistente a épocas y cambios.
Caminos de yerro, sí. Pero que yerro tan hermoso.

5 comentarios:

  1. Por fin un nuevo blog, espero que este llegue lejos, yo lo seguiré.
    Por cierto, no puedo estar más de acuerdo con el texto.

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  2. Bienvenido a este mundillo de los blogs. Ay que bien escribes majo, lo que voy a aprender yo con este blog no tiene precio. Un besote majo

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  3. Gracias muchachos/as, a ver si me centro y logro que el blog perdure más allá de un año (que es mi récord).

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  4. Pero Daniel, ¿como no me habías dicho que tenias este blog en las sendas del Internet?. Lo he descubierto en la pagina del pueblo y presto lo he añadido a las entradas y blogs de La Factoría. Me ha gustado mucho esta entrada, maneja usted el verbo de maravilla amigo, y ademas me ha invadido la nostalgia, porque por edad aunque vagamente aun recuerdo algo de los pasados esplendores ferroviarios de nuestro pueblo. Recuerdo cuando subía cargado con un saco de zapatos reparados por mi padre, paseo de la Estación arriba y al final estaba el bar de la Benita, lugar de farra y cruce de caminos de los que iban hacia Madrid o bajaban para Andalucía. Y fíjate, ironías del destino, hube de ser yo siendo munícipe en el consistorio quien acometiese el derribo del barrio ferroviario que estaba en la más inmunda ruina. Lo dicho, un gusto haberte descubierto y aquí tienes a uno que ya a colocado su calva testuz en el panel de tus seguidores, Un saludo

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  5. Mauro, la verdad es que el pasado ferroviario de Santa Cruz es tan maravilloso, extenso y variopinto que, te confieso, a veces me da miedo meterle mano por la infinidad de datos que encuentro. En cualquier caso ahí tengo el doctorado, que incluirá, como no puede ser de otra manera, nuestra población, inicio de mi pasión por el mundo del tren. Me alegro que te guste la aventura, un saludo.

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