viernes, 16 de diciembre de 2011

...Y el yerro era Dios

A veces en el mundo real, en el mundo exento de las bellezas y sopores de los sueños, en el mundo crudo, tremebundo, en el mundo que abofetea sin piedad, a veces ocurren hechos increíbles que, al menos para mí, no tienen explicación. Por ejemplo, ver entrar un tren de los años sesenta en una vía del siglo XXI (como ocurrió en Valdepeñas hace poco con la visita de los amigos del ferrocarril de Madrid y su suiza en perfecto estado (aunque lo de perfecto es casi eufemismo)). Por ejemplo, entrar en la nueva sala de investigación del museo de ferrocarril y alegrarte por las enormes mesas y decepcionarte por el pequeñísimo espacio que se ha reservado al sufrido investigador del tren. Sin embargo hoy quiero comentar un asunto que me lleva dando vueltas por la cabeza y al que no le encuentro sentido, ya perdonaréis mi estulticia: las gafas de pasta extragrandes.
La primera vez que me calzaron unas antiparras tuve un fogonazo de lucidez que me alumbró por dentro, y que venía a decirme que las horrendas monturas enormes que tapaban media cara y dejaban los ojos arriba, como si fueran dos soles a mediodía sobre el horizonte tristón de tus mejillas, eran tan insufribles, incómodas, antiestéticas y crueles que nunca me las volvería a poner (promesa fútil porque tuve, al menos, tres pares de esas enormidades). Cuando salieron las gafas con montura al aire (también horrendas en su concepción, formato y ligereza) me aseguré, por todos los medios, que salvo intoxicación etílica o por otras circunstancias (secuestro exprés, asunto de vida o muerte, herencias a recibir, etc.) tampoco me las pondría. Y ahora, de repente, veo a jóvenes de ambos sexos con unos gafotes gigantescos, cutres y como muy retros, que te miran desde su posición yo-estoy-a-la-moda-y-tú-no (a pesar de llevar gafas desde los 14 años) y te fulminan con su mirada cubierta de tan pantagruélico elemento de visión. Y es curioso porque de esos mismos portadores de moda en lo tocante a la miopía, hipermetropía, astigmatismo y demás incorrecciones yo me carcajeo, al igual que debe estar haciendo, a todas horas, el tipo que convenció a estos gamins de que llevar esas gafas eran lo más sofisticado del mundo.
El problema que me suscita esta moda es saber si el asunto va a ir más lejos y va a desembocar en bochornosas modas futuras, como cristales opacos de colores chillones (¿por qué no?), patillas extragandes en las que ubicar neones estridentes con tu nombre y el de tu churri o recuperar el siempre útil y nunca bien ponderado cordoncillo anticaída, sólo que esta vez imbricado con las rastas, pulseras o colgantes étnicos, de estos que aportan feng shui molón.
Vale, lo admito: mis palabras pueden parecer reaccionarias, al fin y al cabo la gente se pone lo que quiere y ya está. Estoy seguro que la cosa no es para tanto y mis quejas son las propias de alguien que va ya para viejuno, que se ríe con José Mota y se come, obediente, las uvas en nochevieja viendo las campanadas en la 1. Pero no me negaréis que a vosotros también os ha dado cosica alguno de estos jóvenes que, pertrechados de cascos extragandes de la marca Elche's woman, los pantalones cagaos y los gafotes gigantescáceos, te miran desde su insultante, fresca y deseable juventud y compadecen tu apagado vestir, triste indumentaria y correcta apostura, lo que me recuerda, ahhh tempus fugit, que alguna vez también fui uno de esos muchachos imberbes que portaba pulsera de pinchos y melenas cutres. Sí, ya sabéis, justo en ese momento en que uno se creía el rey del mundo. Menos mal que algunos políticos y banqueros nos han permitido, a base de collejas, darnos cuenta de la realidad. Y de lo mal que huele.


4 comentarios:

  1. Reconócelo, eres un gafapasta frustrado.

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  2. Pues seguro que sí, querido Rose. De ahí mi indignación...

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  3. Madreeeeee, cualquiera se cambia de gafas ahora, por cierto ¿ya has visto las nuevas de Luismi? El las llama deportivas.

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  4. He visto esas gafas y he notado un estremecimiento en la fuerza...

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