Resulta curiosa la manía que tiene la vida de demostrarnos que todo está enlazado y que las casualidades ocurren, sólo que no sabemos si fortuitamente o con intención. Veréis, la semana pasada escribí un artículo sobre una calle de Santa Cruz llamada La roja, artículo que apareció en el Jaraíz del 29 de junio. Pues bien, un amigo del feisbuk puso una foto de esa misma calle, la relacionó con el fútbol, una cosa llevó a la otra, comenzaron los comentarios... Y ahora ya estamos y todo por el latín. Resulta curioso, la verdad, cómo las redes sociales permiten este tipo de interacciones, sobre todo porque mis comentarios (al menos los iniciales) no tenían ninguna intención de adoctrinar, simplemente recordar la historia de esa vía pública y la necesidad de que no confundiéramos el culo con las témporas. En fin, que os dejo el artículo que salió en el citado Jaraíz, así os enteráis de dónde viene el famoso nombre de La roja. Saludos.
Capítulo CLXV: Pigs, rojas y
cintas de vídeo
En
1989 Steven Soderbergh dirigió una maravillosa película llamada Sex, lies and videotapes que desde
entonces quedó etiquetada como una cinta de culto que había que ver (y qué
razón tenían, por cierto, los críticos que la recomendaban). Por descontado, no
faltaron quienes abominaron de ella, pero los elogios fueron mayoritarios,
incluidos los de la estirada Cannes, que premió el film con la palma de oro y
el reconocimiento de James Spader como mejor actor.
En 1948 el ayuntamiento de
Santa Cruz de Mudela realizó un cambio de nombre en el viario local. Resulta
que en la localidad existía (aún existe, por fortuna) una calle llamada La roja. El nombre venía de antiguo, por
lo menos desde el siglo XIX, por lo que no tenía ninguna connotación política.
Todo parece indicar que en esa vía urbana vivió una mujer pelirroja que terminó
dando nombre a la calle. Pero las conciencias nacionales de los dirigentes de
entonces vieron oportuno rebautizarla como calle José Antonio (para contrarrestar algo tan grave como La roja tenía que ser con la muestra).
También en 1948 la
situación en la España de posguerra parecía a punto de cambiar. Hacía tres años
que la II Guerra Mundial había terminado, clausurando con ello (herida cerrada
en falso, eso sí) los episodios del fascismo y del nazismo. Franco había
iniciado, desde 1943, un repliegue hacia posiciones más neutrales (desde la no
beligerancia a la neutralidad; para ello mandó retirar la División Azul ideada
por Serrano Suñer y por Muñoz Grandes, como ya contamos aquí en otra ocasión).
El ascenso de Truman a la presidencia de EE.UU. y su implacable política con la
URSS jugaron a favor del régimen franquista al trasladarse el polo de atención
de los Estados occidentales hacia los países comunistas del Este de Europa.
Comenzaba la llamada Guerra fría y
Franco, que era un convencido enemigo de todo lo que oliera al azufre comunista, aprovechó el momento.
El boicot internacional al régimen se fue debilitando, abriéndose de nuevo la
frontera francesa precisamente en 1948 y levantando la ONU, en 1950, el veto
que había impuesto contra España. Finalmente, en 1953 se produjo el
reconocimiento internacional del Estado franquista con la firma del Concordato con el Vaticano y con las negociaciones
bilaterales España–EE.UU. en el Pacto de
Madrid. Todo ello permitió que España ingresara en la UNESCO para
desesperación de los demócratas de nuestro país.
En 2004 los griegos, contra
todo pronóstico, se hicieron con el título de campeones de Europa. Con un
fútbol rácano y cicatero, los helenos conquistaron un trofeo ante los
portugueses y, precisamente, en tierras lusitanas. Parecía entonces que se
iniciaba una época extraña en el balompié, que los italianos se encargaron de
finiquitar en 2006 con su victoria ante los franceses (los mismos que nos
bailaron el agua en octavos y que callaron la boca a algunos periodistas
españoles que, ufanos, decían que íbamos a jubilar a Zidane). En cualquier
caso, los portugueses quedaron cuartos, lo que indicaba cierta tendencia
ibérica a quedar bien en los eventos deportivos.
Para 2008 y con un fútbol
exquisito la Roja (no la de la calle
santacruceña, que es la original, sino la selección española, llamada así en un
alarde de originalidad porque viste,
efectivamente, de rojo), se hizo con el
título de campeona de Europa, en unos cuartos de final memorables contra Italia
y en un partido contra los teutones épico. La racha siguió en 2010, esta vez
ante los holandeses. El mundial lo ganamos con más apuros, con algunas críticas
al juego de la selección, pero con un espíritu vencedor que permitió soslayar
las coces de los oranges, convertidas en una especie de justicia histórica por
las barrabasadas que el amigo D. Fernando Álvarez de Toledo, el tercer Duque de
Alba, les hizo a sus antepasados en el siglo XVI, ya saben, aquello de entrar a
fuego y hierro en los hogares de las Provincias Unidas.
Y
este 2012, de momento, seguimos con buen pie. Cuando ustedes lean esto Portugal
y España se habrán enfrentado entre sí, lo que produce una especie de paradoja
ciertamente curiosa. Verán, de los cuatro países que los norteños, unos
cachondos ellos, llaman PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y Spain), dos están en
semifinales y otro ha llegado a cuartos. Bien es cierto que nuestra selección,
la Roja (no la de Santa Cruz, ya
saben) no está jugando como acostumbra y que ya nos conocen y nos ponen
trampas, pero de momento vamos salvando los escollos. No sé si España ganará la
Eurocopa, pero desde luego en otros aspectos somos los campeones, sin
paliativos, de la Europoca: pocas expectativas de crear empleo, poca iniciativa
gubernamental por crecer (y mucha por recortar), poca vergüenza torera para
admitir los errores y dimitir, pocas verdades, poco interés por la educación y la
sanidad... Sinceramente, cambiaba ahora mismo los trofeos de las vitrinas por
una mejora sustancial de la prima de riesgo esa, de la tasa de paro, de los
índices de pobreza o de las aulas con 42 alumnos. Parca y magra alegría
resultará otro título deportivo si el asunto sigue tan tenebroso y oscuro como
hasta ahora, dando la sensación, de nuevo, de encontrarnos ante el enésimo
episodio del Panem et circenses. En
cualquier caso, les reconozco que estoy orgulloso de La roja. Pero de la de Santa Cruz, obviamente. Hasta la próxima.
Bien amigo Daniel, pues la Roja ganó, Alvarito colocó la placa con el nombre de la calle en el Facebook y un servidor que suele estar demasiado tiempo en Babia no estableció la connotación que había entre lo enunciado y la selección de futbol. Y vino el lío, porque como bien dices en esto de las redes sociales empiezas en Santander y acabas en Algeciras. De cualquier manera es bueno y enriquecedor el debate, aunque a veces tengamos que luchar contra muros de hormigón. Como siempre, un placer leerte, ante todo y sobre todo por lo que me enseñas de lo que desconozco. Un abrazo y nos seguimos leyendo.
ResponderEliminarBueno Mauro, al menos se mostraron las cartas y se vio claramente de qué pie cojeamos cada uno. El entrar en esa discusión, al menos en mi caso, se debió más a mi temor de que algún día esa calle se venda como una vía pública a la memoria de la selección española. Esperemos que no. Un abrazo.
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