jueves, 8 de marzo de 2012

El yerro folclórico

Bueno, pues ya estamos otra vez por aquí, después de haber pasado por los talleres de vía y obras a que me remendaran una brida que tenía floja. Tenía pensado hablar del tren y la literatura, de cómo muchos autores han utilizado las máquinas de vapor, los caminos de hierro y las traviesas infinitas para contar hermosas historias, algunas terribles, otras tristes, a veces divertidas, casi todas ellas nostálgicas. Pero prefiero referirme a otro tipo de folclore que no está escrito y que, sin embargo, existe. Me refiero al cancionero que orbita en torno al trenillo.
Casi todo el mundo que conoce este medio de transporte sabe que su importancia en el campo de Calatrava no fue exclusivamente la de un ferrocarril que traía y llevaba gente o mercancías, sino el enorme componente social que tuvo la compañía de Valdepeñas a Puertollano. Esa característica social se entresaca de manera formidable cuando comienzas a investigar la línea y vas viendo documentos, comunicaciones o archivos periodísticos (otro día nos ocuparemos de ellos, porque son en verdad una maravilla insustituible para comprender distintos aspectos de la vida en provincias, desde la parcialidad de las opciones políticas al amarillismo más infame, pasando por una publicidad directa y en cierto modo infantil que, no obstante, tiene su encanto). Sin embargo, a lo largo de mi periplo investigador el mejor documento, el que más cercano me ha hecho la historia del trenillo y más datos me ha proporcionado sobre la incidencia social de este camino de hierro, ha sido la entrevista oral. No solamente a gente que ha tenido que ver con la línea, sino a usuarios y vecinos de las localidades por las que pasaba, porque también es importante recoger la opinión y recuerdos de aquellas personas que vivieron el trenillo como viajeros. Encender la grabadora, sentarse en una mesa camilla, oyendo el tic tac de algún reloj lejano, oliendo la comida que la señora de la casa está haciendo, escuchando maravillado cómo la persona a la que entrevistas va recordando poco a poco todo lo que tú le estás preguntando, es algo maravilloso e irrepetible que todos los historiadores deberían tener en cuenta cuando realizan una investigación, máxime si ésta se refiere al campo de historia local.  En demasiadas ocasiones la historia oral es denigrada, y debo decir que tomando las cautelas necesarias (al fin y al cabo la memoria es selectiva y traicionera) puede ser una fuente de información sumamente eficaz.
Pues bien, gracias a esas entrevistas orales he podido ir conociendo algunas historias relacionadas con el trenillo, esas historias que le dan el sabor de la costumbre y de lo cercano. Por ejemplo, la famosa bravata de los jóvenes de la comarca, que supuestamente se bajaban en marcha del tren, cogían uvas y luego se volvían a subir, parece a todas luces falsa. Todos los entrevistados con los que he conversado me lo han afirmado, haciéndome el apunte de que esa acción podría ser posible únicamente si el tren estaba llegando a una estación y aminoraba la velocidad. Pero lo más grato ha sido ir recuperando algunos cantares relacionados con el Valdepeñas-Puertollano. Quizá el que más me guste sea ese que dice Moral ya no es Moral, que es un segundo Madrid. ¿Quién ha visto en el Moral correr el ferrocarril? Un cantar muy parecido, por cierto, al que existe sobre Torrenueva y que dice Torrenueva ya no es poblado, que es una segunda corte. ¿Quién ha visto en Torrenueva jornaleros con bigote? La verdad es que todo ese conjunto de cantares (que reunió Eusebio Vasco en una edición bastante cuidada y muy completa) han aflorado en cuanto la mente de las personas que vivieron aquella época ha ido rememorando aquellas imágenes que nosotros vemos en blanco y negro, pero que ellos vivieron a todo color. Y si es verdad que ese trenillo cumplió una función económica, de movilidad o social, no lo es menos que el arte y la socarronería manchega permitieron que para la posteridad quedasen reflejadas algunas de sus características menos positivas. Como decía el cantar: El trenillo del Moral lo derribaron de un soplo y las muchachas decían: ¡que nos traigan pronto otro!


4 comentarios:

  1. Qué ganas de volver a explorar en busca de rastros.
    ¿Como era aquél cantar¿ Decía algo así como:
    El trenillo de la calzada
    ya no sale de noche
    se asusta con las olivas
    y se le espantan los coches.

    Era algo así, pero no lo recuerdo bien.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, más o menos es así, es uno de los más divertidos y conocidos. La verdad es que me sorprendió que existieran tantos sobre el particular, pensaba que habría uno o dos nada más. Por cierto, el otro día estuve paseando por Montanchuelos y hay todavía un buen recorrido, más de tres kilómetros de talud y una trinchera de más de cuatro metros de profundidad... A ver si este verano te vienes y hacemos algo con Víctor, Javi y los muchachos.

      Eliminar
  2. Nunca es tarde para aprender algo nuevo Daniel. Ignoraba este mortal la existencia de esos trenillos de los que hablas y que supongo que discurrirían por vías propias y ajenas a la circulación de los trenes de pasajeros y mercancías. Es este un mundo nuevo para mi, que como ya te comente en otra ocasión descubro ahora como apasionante. Por ello, continúa con estas historias que nos trasladan a tiempos que, por desgracia, desaparecieron. Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y lo mejor de todo es que todavía puedes darte un buen paseo por la antigua explanación del Valdepeñas-Puertollano, visitar alguna que otra estación que aún sigue en pie, pasar por las alcantarillas y los puentes de la infraestructura... Es un mundo apasionante que algunos estamos intentando dar a conocer al gran público, a ver si lo conseguimos.

      Eliminar