sábado, 4 de agosto de 2012

Yerro y arqueología

Excavar en el  Cerro de las Cabezas tiene muchas ventajas. Conoces a un montón de personas que tienen las mismas inquietudes que tú, aprendes de los mejores arqueólogos de Ciudad Real, encuentras restos del pasado que, perezosos, van saliendo a la luz, compartes conversaciones, sudor y esfuerzo con compañeros/as a los que llegas a apreciar de verdad, haces un poco de ejercicio gracias al pico, las carretillas, las esportillas y las legonas... Y además, te encuentras en el mejor sitio para ver pasar los trenes. Ya sé que el yacimiento es una maravilla y que sus características lo hacen único (14 hectáreas, cronología desde el VIII-II a.C., incontaminado por otras culturas, centro difusor de cerámica estampillada, y así un largo etcétera)... Pero para mí es un enorme placer poder levantar la vista del corte que en ese momento estás excavando y ver circular un mercancías, o el media distancia que hace el trayecto entre Jaén y Madrid. El sonido llega nítido, sobre todo el de las máquinas diésel, y como quiera que la llanura manchega permite enormes rectas el visionado de estos trenes se realiza en condiciones perfectas.
Además, me temo que no soy el único que durante la jornada de excavación levanta la vista para contemplar a estos monstruos de metal. Otros compañeros/as también lo han hecho, muchas veces, y el resultado siempre es el mismo: comienzas a mirar hacia un extremo de la vía y vas desplazando, lentamente, tu  cabeza hacia el otro lado, sin perder detalle de los vagones, de su color, de la composición del tren, de su velocidad, su sonido (que a veces se mezcla con el ruido infernal de la autovía)... Y una vez que el último vagón ha franqueado el puente que se encuentra al lado del de San Miguel vuelves a coger el astil de madera del pico y a seguir hundiéndolo en la tierra, que después de tres o cuatro días de intenso trabajo está más dúctil, más húmeda, menos compactada. Sí, es cierto, este año en el corte apenas nos está saliendo cerámica (algunos buenos fragmentos de la gris, que es muy bonita), pero a huesos no nos gana nadie, creo que hemos desenterrado ya medio rebaño.
El curso de este año es de reencuentros, de viejos y nuevos amigos y de experiencia, mucha experiencia. La crisis afecta, sobre todo, al mundo de la cultura, del patrimonio, de la educación, de la sanidad... Y a la arqueología, ya lo creo. El yacimiento lleva dos años sin campaña de excavación, y Orisos (que es quien organiza el curso) junto con el Ayuntamiento de Valdepeñas y la UNED decidió seguir programándolo. El año pasado se llevó a cabo, y este año también, a pesar de cómo está la situación. Me alegro de que la directiva de la asociación haya apostado por la continuidad, habla a las claras del compromiso de todas estas personas con la cultura y con la defensa del patrimonio local y comarcal.
Como este año somos pocos nos hemos dividido en tres grupos, bien avenidos y repartidos. Conmigo y como podéis ver en la foto que amablemente nos hizo Tomás Torres (seguramente el mejor arqueólogo que conozco (con el permiso de Julián y Javier)) está Tonka, Llanos y Juanma, tres maravillosas personas con las que trabajar, bromear y profundizar en el mundo arqueológico. Tal vez estéis pensando que estaríamos mejor en el salón de casa, a la sombra, viendo en la tele un documental de cómo se excava; que nos encontraríamos mucho mejor con una bebida fresca en las manos, en lugar de estar picando y levantando polvo a 38 grados centígrados; que por las tardes la siesta es sagrada y no la deberíamos cambiar por limpiar cerámica o escuchar charlas sobre estratigrafía... Pero es que la tierra roja del Cerro tira mucho, y si además los de Orisos tienen la enorme deferencia de contar contigo es porque, verdaderamente, este año había que estar allí, en la ladera, picando, rascando y perfilando. Y, por supuesto, contemplando el discurrir de los trenes por la llanura manchega, al lado del Jabalón. Menudo lujo de campaña, ya os lo digo yo.



2 comentarios:

  1. Trabajo apasionante amigo, para el que presupongo que habrás de tener una paciencia a prueba de bombas, cualidad de la que este pobre mortal carece, por lo que creo firmemente que no habría de ser ese el destino escrito por el creador para un servidor de no haber sido camarero. Además, a casi cuarenta grados, sería cuestión de segundos que cayese al suelo derrengado. Siempre fui hombre invernal. El verano "pal" gato y "pa" los que se lo pasan agustito debajo de la sombrilla con un buen cubata a la vera. De cualquier manera, gracias por ilustrarnos en tan procelosos menesteres. Un saludo

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  2. Paciencia y, desde luego, un aguante a prueba de bombas. No veas el calor que ha hecho estos últimos días, metidos en un agujero en el que no entraba ni una migaja de aire y picando en un suelo más duro que la cara de algunos políticos. Pero bueno, siempre es grato comprobar que la camaradería, las bromas y la amistad (ya sabes aquello que decía Pérez Reverte de que la amistad se nutre de rondas de vino, estocadas hombro con hombro y silencios oportunos) surgen espontáneamente, sin forzarlas.
    Por cierto, si alguna vez organizáis una excursión al Cerro no dudes en decírmelo, nada me gustaría más que explicaos lo que humildemente sé sobre el particular.

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