No, no me
entendáis mal, no me refiero a que la situación en este país es tan mala
que podría ocurrir un nuevo golpe de estado y liarse pardísima otra
vez, me refiero a que el miércoles es mi aniversario. Hasta ahí todo normal, me diréis. Es algo que, por
regla general, hacemos todos los humanos (excepto algunos conocidos que
prefieren conservar para sí su edad y siempre cumplen, ¡oh misterio insondable!,
43 años). El problema es que, además de que uno va pisando las inseguras tablas
que cercan la fortaleza de los cuarenta, la fecha no es del todo amable.
Algunos nacen el 25 de diciembre, o el 24, y todos coinciden en resaltar lo
significativo del evento; otros han venido al mundo en fechas que marcan inicios de
equinoccios, solsticios, días de la hispanidad o celebraciones varias...
...Y
otros hemos nacido el 18 de julio. He ahí el motivo, el dilema, mi gran
preocupación, mi marca negra e indeleble. Para un historiador la fecha resuena
como una lúgubre campana en el interior del cuerpo, porque ese infausto día tres generales del ejército español (Franco, Goded y Mola) decidieron levantarse contra el gobierno legítimo de
su patria y llevar a cabo un golpe de estado que se extendió a lo largo de tres
años, en una guerra sin sentido que arruinó al país y cercenó las pocas
esperanzas de libertad, igualdad, educación y modernidad que a la II República
le quedaban. 18 de julio, día del Alzamiento nacional, anteriormente fecha de
celebración (que ya me diréis qué demonios podía celebrarse: ¿la masacre de
inocentes? ¿El comienzo de una guerra? ¿La destrucción de la industria
nacional? ¿Los penosos años de autarquía paupérrima y de aislamiento
internacional?). Y yo, incauto de mí, fui a nacer en tamaña fecha, que tantos
regustos amargos me provoca. Pensaréis que la cosa no es para tanto, caramba,
que debería hacer un esfuerzo por entresacar lo positivo del día y exorcizar al
demonio funesto, al demonio sangriento y vil que me amarga la tarta de
cumpleaños... Pero es complicado hacerlo cuando uno se pone a pensar en lo que
inició esa fecha, en lo que supuso para los sufridos españoles de aquella
época, en la violencia desatada en los dos bandos, en las venganzas y las deudas
de sangre... Y sobre todo en la brutal y carbonizadora represión, en la
justicia al revés (es decir, calificar de levantados contra la legalidad a
quienes defendieron el gobierno legítimo de España), en la amenazadora sombra
de la desafección... Hay tanto sufrimiento provocado por el 18 de julio, tantas
voces exclaman su inocencia desde una cuneta o desde un panteón, desde una fosa
común o desde las raíces de un olmo, que no puedo concentrarme en los fastos
que todo cumpleaños lleva parejos.
Además de las cuestiones históricas existen otros motivos, algunos añejos ya, para que la fecha de mi cumpleaños sea algo secundario. Por ejemplo, el hecho de cumplir años en verano es una pesada carga cuando estás en primaria, porque nunca puedes llevar caramelos y adquirir cierto protagonismo, pasajero bien es cierto, pero protagonismo al fin y al cabo. Si me apuráis, el asunto se parece mucho a las compañías ferroviarias privadas o de pequeño tamaño: son muy recordadas en su área de influencia, en la zona en la que desarrollaron su tarea, pero se pierden en el miasma de la gran historia del ferrocarril español. Pues con los cumpleaños en verano ocurre lo mismo, que los recuerdan tus familiares y amigos (ahora también los agregados al feisbuk), pero nunca podrás decir que una vez toda la clase celebró tu aniversario con canciones moñas.
Luego, cuando uno crece, es más factible correrse una juerga con los amigos en el parque municipal para celebrar el acontecimiento, pero dio la casualidad de que esa fecha siempre coincidía con mi estancia lejos del hogar, estancia no de plaisir, que dicen los franceses, sino para trabajar de ferias (ahora no recuerdo si nos pillaba en La Roda o en Toledo, pero desde luego no en Santa Cruz). Para cuando se terminó el asunto de la venta ambulante comenzaron otros acontecimientos que sepultaron el hecho del cumpleaños en lo más hondo de las celebraciones: bodas y muertes de familiares, la mili en Canarias, y así un largo etcétera con el que no os aburriré. Tal vez por todo ello no me guste celebrar el cumpleaños, y procuro estar siempre lejos de casa ese día, seguramente como remembranza de otras estancias en tierras lejanas coincidentes con mi onomástica. Pero el motivo principal es el maldito 18 de julio.
Era viernes, o al menos eso dice internet, y también sé, por lo que me han contado, que la feria de Santa Cruz se celebraba por aquél entonces. De hecho, el 18 era la apertura de la fiesta, con fuegos artificiales y todo eso (obvia decir que mi nacimiento impidió a mis progenitores contemplar tamaño espectáculo, y de paso también a mi tío Pepe, que fue quien llevó a mis padres al hospital de Valdepeñas). Curiosamente ese 18 de julio fue el último que se celebró bajo la mirada de Franco, ya que el dictador murió ese mismo año, un 20 de noviembre. Ya sé que el hecho tendría que alegrar un poco los regustos amargos que me provoca pensar en el alzamiento nacional, pero ni así lo consigo. Supongo que será una carga que habré de llevar toda la vida, igual que las compañías ferroviarias de ámbito comarcal o provincial siempre supieron que su ámbito de acción no rebasaría su territorio. En fin, no le daré más vueltas: cumplo años de nuevo, y otra vez en 18 de julio, qué le vamos a hacer.
Por cierto, hablando de trenes, hace tiempo que no me asomo al blog con una buena historia sobre el particular. Me la reservo para la próxima semana. Será mi regalo de cumpleaños.