domingo, 28 de octubre de 2012

Con el aire que llevan...

Hace unos días mi primo Pepe me mandó un chascarrillo vía mensaje del facebook y me hizo recordar los distintos cantares que existen en torno a nuestra tierra y sus particularidades. Un vistazo a las hemerotecas de principios de siglo (esas que luego sirven para comprobar que, efectivamente, la Cospedal dijo lo que dijo sobre no recortar sanidad y educación) permite esbozar una sonrisa ante lo ocurrente de algunas copillas. Muchas de ellas son ofensivas, otras reflejan un hecho anecdótico que ocurrió en cierta ocasión, las más se dedican a glosar la lozanía y belleza de las mozas del lugar. Es mi intención en esta entrada el recordar algunos de estos cantares de La Mancha y sus gentes, entre los cuales citaré, como no podía ser de otra manera, los dedicados al ferrocarril, que también los hay y muy buenos.
No voy a abrumaros con la enorme cantidad de estas copillas, porque la recopilación que llevó a cabo Eusebio Vasco consistía en 30 000 cantares manchegos, nada menos. Pero sí quería destacar algunos que me parecen graciosos o ingeniosos. Empezaremos, en cualquier caso, con los hirientes, con los confeccionados para hacer burla y chiste del pueblo de al lado. Uno de los más curiosos es éste, que hace referencia a San Carlos del Valle: No te cases en el Cristo, porque dicen las cristeñas que quien se casa en el Cristo otro día va por leña. ¿Gracioso, verdad? Pues sobre Valdepeñas hay un montón de estos cantares cachazudos. La gran Valdepeñas, la ciudad enorme, cosmopolita, rica y avanzada de principios de siglo, atraía la envidia e inquina de algunas mentes pensantes, que dejaron para la posteridad perlas como ésta: Valdepeñas con ser tan grande parece corral de vacas y Moral con ser tan chico parece taza de plata. Y no os creáis que hacían referencia exclusivamente a la ciudad; de la ironía y la mala baba no se libraban ni las muchachas: En Valdepeñas madre pantorrilludas. Cuatro pares de medias gastan algunas. O este otro, que es el culmen de lo refinado: A Sevilla he de ir a por una sevillana, porque las de Valdepeñas espigan pero no granan. Incluso se tomaba Valdepeñas como final de trayecto de aquellas mujeres casquivanas y licenciosas: Mala fuiste en Infantes y en Torre de Juan Abad y has venido a Valdepeñas a acabarla de enmendar. En descargo de Valdepeñas diré que hay otros muchos que cantan sus excelencias, sobre todo del vino, siempre tan presente en esa gran urbe modernista y avanzada: Si Valdepeñas soltara en el Jabalón sus vinos aunque la lluvia faltara molerían los molinos.
No hay que pensar que la gente tenía fijación con la ciudad del vino; las pequeñas poblaciones también tenían sus cantares, que los vecinos solían recordar con tono jocoso y festivo: Torrenueva ya no es pueblo que es una segunda corte. ¿Quién ha visto en Torrenueva jornaleros con bigote? O este otro en el que se alaba la presteza de las mozas del pueblo en el bailar y su nulidad como modistillas: Las muchachas de Porzuna son pocas y bailan bien. Pero tocante a la aguja ninguna sabe coser. Y por supuesto, como santacruceño no puedo dejar de recordar ese cantarcillo que nos sacaron a los del pueblo, y que dice: Santa Cruz de Mudela múdate al Viso, que quien te puso Mudela mudarte quiso. Claro, que luego bien nos vengamos nosotros con un cantar repleto de gracia manchega, que un día nos enseñó Ángel Bravo en la biblioteca, el cual dice así: Vale más Monteagudo y sus "redores" que la plaza de Almagro con sus balcones.
Dentro del mundo ferroviario, algunos cantares citan las estaciones, como los que existen de Valdepeñas o Puertollano. Pero uno muy conocido y que me gusta bastante, sobre todo porque hace referencia a los trenes ascendentes que pasaban por nuestro pueblo camino de la capital, es el que dice Santa Cruz de Mudela cómo reluces cuando suben y bajan los Andaluces. Sin embargo, el grueso de estos cantares tiene que ver con el ferrocarril de Valdepeñas a Puertollano, el ya comentado Trenillo. Existen un montón de coplas y dichos sobre este medio de transporte, de los cuales he elegido estos cuatro, que espero disfrutéis: El Moral ya no es Moral, que es un segundo Madrid. ¿Quién ha visto en el Moral correr el ferrocarril? El trenillo del Moral no puede llevar tres coches, se asusta de las olivas y descarrilan los coches. Con el aire que llevan las moraleñas derriban el trenillo de Valdepeñas. El trenillo del Moral lo derribaron de un soplo y las muchachas decían: que nos traigan pronto otro.
Voy a terminar el artículo con algunos cantares sobre la belleza de las mozas del lugar, que de éstos siempre hubo buenos ejemplos. No es por hacer un ejercicio chovinista del pueblo donde vivo, pero sobre la guapura de las santacruceñas hay multitud de coplas. Sirvan de ejemplo estas dos: En Manzanares manzanas, en la Membrilla membrillos, en Santa Cruz buenas mozas y en Valdepeñas buen vino. Santa Cruz de Mudela tiene la fama de las mejores mozas que hay en La Mancha. En cualquier caso casi todos los pueblos tienen su cantar elegíaco, el cual suele situar a las mujeres del término municipal como las más bellas del entorno, aunque a veces el mensaje no quede tan claro... En Valdepeñas madre las hay hermosas. Las tinajas del vino, también las mozas. 
Es cierto que estas coplas muchas veces son más anecdóticas que otra cosa; también es verdad que no suelen ofrecer información abundante. Pero nos ayudan a entender un poco la sociedad del momento, los monumentos (muchos de ellos citados en estas coplas), el desarrollo de la vida, etc. En definitiva, son un legado social único e irrepetible que hay que atesorar como un bien inmaterial, un ejemplo de cultura popular que demuestra de dónde venimos y por qué somos como somos (no en vano las gracias de Mota o de la Muchachada tienen que tener su origen en algún sitio). No sé si alguna vez estos cantares se perderán en la vorágine de lo inmediato que es el siglo XXI. Tal vez ya han comenzado a olvidarse, sepultados por enormes cantidades de datos innecesarios que vamos acumulando en nuestra mente. Pero a mí siempre me resulta muy grato encontrarme con alguna persona que los recuerda y que incluso me recita alguno que no conocía. Espero que la racha continúe.

domingo, 7 de octubre de 2012

Una reina es una reina es una...

Seguramente no hay una época más interesante dentro de la historia contemporánea de España que la de Isabel II. Bueno, la de Fernando VII tampoco está mal, es cierto, pero la cantidad y profundidad de las reformas que se llevaron a cabo desde 1843 a 1868 convierten este lapso de tiempo en fundamental para nuestro país (para lo bueno y para lo malo, en esa eterna dualidad que enmarca todas las empresas que se han puesto en marcha en la Península Ibérica, donde mejor que en ningún otro lado se pone de manifiesto que a toda fuerza positiva se le contrapone otra igual en el sentido contrario... A veces incluso dominante).
Reconozco que he leído mucha bibliografía sobre el particular, pero uno de los libros más deliciosos que me he echado al coleto es el de Cortés Cavanillas, publicado en 1961. Curiosamente la monografía es sobre Alfonso XII y no sobre su madre, pero el libro incluye jugosas anécdotas sobre el reinado de Isabel que, además, están contadas con cierta gracia. No voy a extenderme sobre las mismas, pero la que más me gusta es una que hace referencia a la supuesta homosexualidad de Francisco de Asís, el rey regente. Según cuenta el libro, Isabel contó a sus allegados (ya sabéis que la reina se rodeaba de una camarilla en la que el mérito principal era ser milagrera, confesor o pisaverde) que en la noche de bodas se llevó una sorpresa morrocotuda cuando comprobó que el rey llevaba sobre su cuerpo más puntillas que ella misma. Si tenéis oportunidad de leerlo, no lo dudéis. Es un libro muy afín a los Borbones, que ensalza todos y cada uno de los actos de Alfonso, pero es de lectura amena.
Retomando la cuestión de la entrada, y siendo este blog referido a los caminos de hierro, la época de Isabel es la del tren, la de la primera ley de ferrocarriles, la de la expansión por la Península de los primeros raíles, la de las primeras decepciones, la de los primeros trayectos y los primeros vacíos, la de los primeros proyectos que se quedaron en el papel, la de los primeros yerros... Una época de trenes, que huele a carbón y vapor, que tiene el color del gris del balasto y del pardo amarillento de la creosota de las traviesas de roble. Y fue durante el gobierno largo de Unión Liberal (una vez apagados los fuegos del Bienio progresista y en plena vorágine constructora) cuando la reina decidió hacer una visita a Santa Cruz de Mudela, utilizando el tren para ello. El asunto está narrado en un montón de relatos decimonónicos, aunque el que más me gusta es el de Cos-Gayón, pues en él se describen las poblaciones que se visitan, las gentes que acuden a ver a Isabel, etc. Y os puedo asegurar que las autoridades locales se tomaron el asunto con gran interés, habida cuenta de que se gastaron siete mil reales para engalanar la villa con arcos florales, globos, vasos de colores, bengalas en el paseo de la estación, etc. Se trataba de recibir a la máxima autoridad de España con honores y devoción, aunque el pueblo que admiraba los ropajes, los carruajes y el trasiego de la comitiva real, ese día, tal vez no tuviera ni para comer. Quizá por eso y por acallar algunas conciencias, era usual repartir limosnas en las villas que se visitaban. En Santa Cruz se dieron 20 000 reales para pobres y 2000 para la parroquia, lo que evidencia dos cosas, una evidente (la religión poseía un poder intocado en la época de Isabel) y otra derivada (las familias menesterosas de la población eran muy numerosas; esto último lo podemos deducir porque de los 54 000 reales que se repartieron entre Alcázar, Manzanares, Valdepeñas, Viso del Marqués y Santa Cruz, el 37 por ciento de esa cantidad se destinó a la población santacruceña, lo que implica que en ese momento la situación no era muy halagüeña, y desde luego que era así: epidemias, sequía, esterilidad en los campos, etc.).
El alojamiento real se ubicó en la casa de los Barnuevo, que estaba en la plaza (y que en la localidad fue siempre conocida como de la Chirona). Y según cuentan los viejos del lugar (y los que no lo son tanto) la habitación donde durmió Isabel quedó bautizada, desde entonces, como la de la reina. Lo que nos habla del impacto que estos viajes provocaban en pequeños municipios como el de Santa Cruz, los cuales rompían la dinámica recurrente de trabajo de sol a sol, calles embarradas y sucias, paredes encaladas, niños descalzos, viáticos apresurados en mitad de la noche... 
Curiosamente el nieto de Isabel, Alfonso XIII, también viajó mucho a Santa Cruz. Pero bien porque la época era la del siglo XX, bien porque los viajes fueran más discretos y con una finalidad tan mundana como la de la caza, lo cierto es que no tuvieron tanto impacto... Pero para desgranarlos habrá que esperar a otra ocasión, es lo que tiene no querer convertirse en cansino. Así que, hasta la próxima ocasión.

 

lunes, 24 de septiembre de 2012

Una propuesta para leer...

Desde 1855 la idea de llevar el tren hasta el campo de Montiel había sido expresada como pieza fundamental para la creación de un pasillo transversal que comunicase las líneas del Mediodía y la del Levante, permitiendo así una correcta vertebración del espacio nacional en general y del manchego en particular. La ley de junio de ese mismo año, que se convirtió en General de los Ferrocarriles españoles (la primera que tuvimos, tan poco propicia como el resto) contemplaba la conformación de los caminos de hierro en una doble vertiente, desde Madrid hacia el Mediodía (pasando por donde actualmente lo hace y tomando Manzanares como nodo de comunicación, puesto que en esta ciudad se desviaba un ramal hacia Ciudad Real y, desde allí, hasta Portugal) y desde la línea de Levante hasta Santa Cruz de Mudela. Pero en este caso, como en otros muchos, el proyecto no pasó de los papeles, y durmió el sueño de los justos.
La llegada a Infantes se prolongaba, pasaban los años y no se hacía nada. Ni siquiera tras el bum de los ferrocarriles españoles (que duró, mutatis mutandis, hasta 1866 (con una segunda oleada de caminos de hierro hacia finales del XIX)) se logró que el campo de Montiel tuviera una comunicación férrea con alguna de las líneas que lo circundaban. Quizá el intento más serio fue el de conectar la ciudad infanteña con el Manzanares-Córdoba, a la altura de Valdepeñas. El proyecto, que contemplaba la prolongación de ese futuro ferrocarril hacia Alcaraz y, desde allí, hasta Albacete, fue declarado de interés general para la nación, y sus 87 kilómetros se consideraron como estratégicos para el futuro de los caminos de hierro españoles. A partir de 1907 se fueron intensificando las tareas para sacar adelante el trayecto, se creó incluso una compañía (la Valdepeñas-Albacete), se emitieron varias acciones para sufragar los gastos de construcción y se comenzó la explanación entre la ciudad del vino y Pozo de la Serna. Pero ahí terminó esta aventura, y aunque vivió episodios de revitalización (como los protagonizados por D. Abelardo Puebla, alcalde de Valdepeñas en los años 20 del siglo pasado) no llegó jamás a verse  realizada.
En 1919 se realizó otro intento para llevar el tren hasta Infantes, recuperando la idea de 1855 de tomar a Santa Cruz como villa de empalme con la línea de Andalucía. El proyecto, completo, elaborado y muy interesante, ha sido estudiado por quien les escribe, y ha sido presentado en el VI congreso internacional de historia ferroviaria, celebrado a principios de septiembre en Vitoria. Lamentablemente no pude asistir debido a unos problemas de índole personal, pero si queréis saber qué ocurrió con ese malogrado trayecto os invito a que leáis la comunicación que redacté, que podéis encontrar en la página Web del congreso: http://www.docutren.com/congreso_vitoria/propuestas/propuesta7.html#7c.9. Si tenéis problemas para descargarla contactar conmigo y yo, solícito, os la reenvío.
Pues nada, os dejo lectura para que os ilustréis, acompañada de un fragmento de los muelles cubiertos que se proyectaron para esta línea férrea. Espero que os guste.



 

viernes, 14 de septiembre de 2012

De cómo las cosas, a veces, circulan por raíles insospechados

Allí estaba la señora, frente a una de las muchas cámaras que han acudido a su domicilio particular a grabarla, a enseñarnos su rostro, a señalarnos a la autora de la infamia. La mujer podría haberse negado a abrir la puerta de su casa y haber mandado a los periodistas (numerosos, desde luego) mismamente a donde fue el carro el cojo, pero imagino que la buena educación y el hecho de no saber que iba a ser crucificada le impidieron hacer uso de tan sacro derecho. El rostro, ajado por los años y adornado con unas antiparras grandes, de esas que harían las delicias de un gafapástico, expresaba una angustia y un pesar auténticos, genuinos. Las manos no las recogía el cameraman, ocupado en filmar hasta el último detalle del rostro culpable, pero estoy seguro que se estrujaban de pura desesperación, enredadas tal vez en la blusa o en un mandil de medio cuerpo, vaya usted a saber. La anciana estaba acompañada, en todo momento, por una amiga, por una de ésas que nunca te van a dejar sola (y menos el día en que unos de la tele asoman el hocico por tu casa). La colega asentía con énfasis tras las frases de la artista reprendida, que se intentaba defender como gato panza arriba de las acusaciones vertidas en su contra.
El asunto, desde luego, parecía grave. Un retrato del Ecce Homo pintado hace unos cien años había sido restaurado por la señora Cecilia con tal mala praxis y técnica que se había convertido en una caricatura siniestra y simiesca del anterior modelo. El rostro primigenio, que miraba hacia arriba con ojos contemplativos, no era una obra maestra, eso está claro, pero era identificable como un icono religioso. La corona de espinas estaba en su sitio, el sayo de tela basta daba a la figura del Cristo recién castigado una humanidad casi dolorosa y su posición en las cercanías del altar le proporcionaba un lugar de privilegio para mirar hacia la concurrencia y para que ésta lo mirase. Sin embargo el paso del tiempo no perdona. Ya escribió Cervantes en el XVII, mucho antes de que todo esto ocurriese, que no hay memoria a quien el tiempo no acabe ni dolor que muerte no le consuma. Y en efecto, las humedades, cambios de temperatura y otros agentes perniciosos fueron deteriorando la figura del Ecce Homo. Cecilia, con más buena intención que pericia, decidió que ya estaba bien de esas manchas blancuzcas tan horribles, y se aplicó a la tarea de restaurar el rostro de Cristo. La cosa no nos debe extrañar, porque esta mujer ya había repintado el sayo en otras ocasiones, contando para ello con la aquiescencia de las autoridades, tanto las eclesiásticas como las terrenales. Por eso no extrañó que, pinceles en mano, nuestra artista se remangase y se pusiera manos a la obra, pariendo un engendro amorfo y sin definición el cual, no obstante, ha permitido al pueblo de Borja posicionarse en el mapa de España, acoger a numerosísimos turistas amantes de lo kitsch y del cutrerío que han ido a fotografiarse con el Ecce mono y consolar a los directores de informativos, que han podido rellenar el verano con el affaire Cecilia.
Sinceramente, me apena el total abandono que esta mujer ha experimentado, y me aterra la crucifixión que ha sufrido la pintora. Sí, ya sé que no debería haberse metido a mayores con una pintura que se encontraba en la iglesia local y que no le pertenecía, pero su acto no se cometió con nocturnidad ni alevosía, sino a plena luz del día y con conocimiento de los que mandan, que son precisamente los que ahora callan, se van por la tangente y lanzan los balones fuera, hacia el campo de Cecilia, que no pudiendo soportar la presión cedió a ella y tuvo que ser hospitalizada presa de un ataque de ansiedad, pues ya se hablaba de denuncias, multas y cárceles (y ya nos contó Padre de familia qué ocurre dentro de las celdas con el jabón). El acto de Cecilia es el de otras muchas mujeres que han retocado y restaurado por su cuenta y riesgo otras figuras de la devoción popular. Y no lo digo por decir, lo afirmo con conocimiento de causa. Que el hecho haya trascendido como lo ha hecho no implica que otros muchos casos parecidos no se hayan producido, y lo seguirán haciendo mientras el cuidado y atención de muchos templos recaiga sobre la feligresía, ya que la administración, esa que tan plácidamente ahora nos ofrece explicaciones sesudas, cabecea con condescendencia insultante y se desmarca de cualquier responsabilidad, esa misma administración que debe proteger el patrimonio, prefiera gastar el dinero en saraos, edificios ominosos que se cierran tras la inauguración y asesores políticos que acosejan y escriben todo lo que el político debe decir, no dejando asunto alguno al albur. 
Esa administración que ahora manda técnicos restauradores a toro pasado es la que debería encargarse de que el patrimonio local, comarcal, provincial, regional o nacional no se pierda como lo está haciendo. Es insoportable que ahora los responsables de asegurar la pervivencia de los bienes muebles e inmuebles salgan frente a las cámaras a esgrimir sus razones, a darse pisto y a contarnos que van a hacer todo lo posible por arreglar el Ecce Homo de Borja. Y sin embargo, olvidadizos ellos, y desde luego con poca valentía, no son capaces de subir al estrado y asumir que sí, que el hecho se produjo por la desidia y dejadez de los representantes del pueblo, que el patrimonio les importa básicamente nada, y que tras el revuelo y la desaparición de las cámaras, periodistas y curiosos el asunto va a seguir discurriendo por los raíles que suele, es decir, poco dinero para la cultura, el arte y el patrimonio, que además se verán recortados porque somos unos manirrotos que no sabemos administrarnos. Y por cierto, ¿cuántas agresiones ha sufrido el mundo ferroviario y cuántas de ellas han salido en prime time? ¿Cuántos gañanes han puesto su nombre en las fachadas de una estación y no han sido entrevistados en los telediarios? ¿Cuántos edificios han desaparecido sin que la gente lo sepa? 
No sé cómo estará ahora mismo Cecilia. Espero que se haya recuperado y que los familiares del artista que pintó al Ecce Homo de Borja reconsideren su posición y dirijan sus iras contra los verdaderos culpables de este desaguisado. De lo que estoy seguro es de una cosa: Marcel Duchamp hubiera estado muy orgulloso de Cecilia, porque su obra es lo más Dadaísta que he visto hace mucho. Es el mejor ready made desde el de la Gioconda. Vamos, que si afino el oído puedo escuchar al autor de la Fuente descorchando champán, vino o lo que sea que beban los artistas malditos...



domingo, 26 de agosto de 2012

Tadeo (con dos) Jones

El 31 de agosto se estrena en España Tadeo Jones (en 2 y 3D, of course). Ya he visto el tráiler en la tele (aquí tenéis la Web oficial: http://www.tadeojones.com/) y he podido disfrutar de un corto bastante divertido sobre la mano de Nefertiti, que imagino se podrá ver antes de la película en sí, a modo de aperitivo. La cinta, en principio, tiene buena pinta, aunque también la tenía Planet 51 y luego fue una auténtica cagada de refritos, poco humor, nula inspiración y, sobre todo, demasiado previsible. En cualquier caso, y como sé que otros mucho más expertos que yo en la materia dirán lo que deban sobre Tadeo Jones (que es como decir que Roselino, seguramente, pondrá algún artículo o comentario en el que desmenuzará concienzudamente la cinta), creo que me voy a dedicar a uno de mis deportes favoritos, es decir, el tema elegido por los guionistas: la arqueología.
El 30 de julio volví a coger el pico, la esportilla, el aciche y el paletín con motivo del X curso de arqueología de campo que organiza Orisos (y en el que colaboran la UNED de Valdepeñas y el Ayuntamiento local). Allí estuvimos, hasta el 10 de agosto, unos cuantos enamorados del mundo ibérico y del Cerro de las Cabezas. En esos días fuimos retirando los estratos de los cortes asignados, siguiendo el método Harris y poniendo cuidado en no mezclarlos, romperlos o confundirlos, para lo cual contamos con la supervisión de Tomás y Julián, que en estos días se multiplicaron para atender a los tres grupos. El curso estuvo bastante bien, y aunque el objetivo del mismo era la comprensión teórica y práctica de la estratigrafía, también tuvimos oportunidad de poder exhumar distintas piezas cerámicas de todo tipo (cocina, estampilladas, grises, etc.), un suelo cenizoso sobre el que aparecieron algunos objetos de interés, un fragmento de pasta vítrea... Fueron dos semanas intensas pero bien aprovechadas, en las que de nuevo tuvimos la oportunidad de entrar en contacto con la arqueología bien hecha y con las características intrínsecas de esta ciencia que todavía tiene mucho que enseñarnos. Y me refiero, lógicamente, a la verdadera arqueología, a la que se hace como norma general, a la que huye de la búsqueda del tesoro, a la que intenta comprender la sociedad del pasado atendiendo a la generalidad de una excavación y no la que se limita a recoger una pieza soberbia, musealizarla y exhibirla en un lugar convenientemente iluminado, salir en los periódicos rodeados de cámaras, micrófonos y flashes y luego si te he visto no me acuerdo...
Me parece bien que se hagan películas como la de Tadeo Jones, pero me temo que la cinta va a ser un remedo de la saga de Indiana, quizá con más humor o con una visión más festiva y destinada a todos los públicos, pero remedo al fin y al cabo. Los que me conocen saben de mi aversión al ínclito profesor Jones, cuyas películas me parecen una burla despiadada a los que trabajan en la arqueología. No voy a negar que algunos profesionales eméritos y famosos (y yo los he sufrido en mis propias carnes) han pretendido seguir una tercera vía entre la espectacularidad del látigo de Jones y la sobriedad de los buenos técnicos arqueólogos, pero no es lo habitual. Hay que soportar calor, incomodidades, suspicacias, envidias, puñaladas traperas y un montón de sinsabores para llevar a cabo una excavación. Y si a ello sumamos la actual situación económica podréis entender que ahora mismo los yacimientos en España (al menos los de esta región castellanomanchega) están desatendidos por falta de recursos. Y mira que hay profesionales buenos, maravillosos, que planifican una excavación atendiendo a todos y cada uno de los detalles que hay que tener en cuenta. Pero desgraciadamente y a causa de los malentendidos y medias lecturas que se hacen de la arqueología, la gente todavía piensa que uno va al corte ataviado con un sombrero de cuero, botas de cowboy (las espuelas son opcionales), chaleco ajustado a unos pectorales anormalmente inflados y un látigo colgando del pantalón (el cual, a pesar del polvo y de la suciedad siempre va impolutamente limpio y planchado).
Quizá de toda esta situación no solamente sea culpable el maldito profesor Jones, seguramente los propios arqueólogos tienen parte de culpa por no haber cortado la Castellana con cada estreno mundial y, al estilo de los mineros en Madrid, liarla parda y protestar por la visión sesgada, maniquea y gratuita que se da de la ciencia arqueológica en las películas de Indy. Es frustrante ver cómo este supuesto profesor universitario llega a un sitio, paraliza a todo el mundo con su encanto tipo splendid isole, descubre un objeto que llevaba desaparecido desde el año del hambre y, ni corto ni perezoso, se lo lleva consigo a su patria natal donde, triunfante, lo exhibirá para contento de los aburguesados, que cabecearán comprensivos cuando Jones, con su proverbial labia, explique cómo ha quitado este preciado objeto a una panda de ígnaros, bárbaros y analfabetos que no sabían que poseían un tesoro entre sus manos... Y bueno, si lo sabían peor para ellos, que se hubieran preocupado por aprender inglés para explicarse, que uno no puede aprenderse todas las lenguas del mundo... 
No creo que vaya a ver Tadeo Jones, aunque lo mismo hago el esfuerzo (como hice con las películas de Indiana) y disfruto de la animación, las bromas y los gags. Eso sí, tendré que abstraerme y pensar que, en lugar de la arqueología, estoy viendo a un albañil (la verdad es que los guionistas podían haber elegido otro tipo de profesional, que no está el ladrillo como para hacer mofa del mismo) que descubre un tesoro en su cuarto trastero. Porque la otra opción es blasfemar en buen castellano en el cine, y uno tiene ya demasiados años para ello. 


sábado, 4 de agosto de 2012

Yerro y arqueología

Excavar en el  Cerro de las Cabezas tiene muchas ventajas. Conoces a un montón de personas que tienen las mismas inquietudes que tú, aprendes de los mejores arqueólogos de Ciudad Real, encuentras restos del pasado que, perezosos, van saliendo a la luz, compartes conversaciones, sudor y esfuerzo con compañeros/as a los que llegas a apreciar de verdad, haces un poco de ejercicio gracias al pico, las carretillas, las esportillas y las legonas... Y además, te encuentras en el mejor sitio para ver pasar los trenes. Ya sé que el yacimiento es una maravilla y que sus características lo hacen único (14 hectáreas, cronología desde el VIII-II a.C., incontaminado por otras culturas, centro difusor de cerámica estampillada, y así un largo etcétera)... Pero para mí es un enorme placer poder levantar la vista del corte que en ese momento estás excavando y ver circular un mercancías, o el media distancia que hace el trayecto entre Jaén y Madrid. El sonido llega nítido, sobre todo el de las máquinas diésel, y como quiera que la llanura manchega permite enormes rectas el visionado de estos trenes se realiza en condiciones perfectas.
Además, me temo que no soy el único que durante la jornada de excavación levanta la vista para contemplar a estos monstruos de metal. Otros compañeros/as también lo han hecho, muchas veces, y el resultado siempre es el mismo: comienzas a mirar hacia un extremo de la vía y vas desplazando, lentamente, tu  cabeza hacia el otro lado, sin perder detalle de los vagones, de su color, de la composición del tren, de su velocidad, su sonido (que a veces se mezcla con el ruido infernal de la autovía)... Y una vez que el último vagón ha franqueado el puente que se encuentra al lado del de San Miguel vuelves a coger el astil de madera del pico y a seguir hundiéndolo en la tierra, que después de tres o cuatro días de intenso trabajo está más dúctil, más húmeda, menos compactada. Sí, es cierto, este año en el corte apenas nos está saliendo cerámica (algunos buenos fragmentos de la gris, que es muy bonita), pero a huesos no nos gana nadie, creo que hemos desenterrado ya medio rebaño.
El curso de este año es de reencuentros, de viejos y nuevos amigos y de experiencia, mucha experiencia. La crisis afecta, sobre todo, al mundo de la cultura, del patrimonio, de la educación, de la sanidad... Y a la arqueología, ya lo creo. El yacimiento lleva dos años sin campaña de excavación, y Orisos (que es quien organiza el curso) junto con el Ayuntamiento de Valdepeñas y la UNED decidió seguir programándolo. El año pasado se llevó a cabo, y este año también, a pesar de cómo está la situación. Me alegro de que la directiva de la asociación haya apostado por la continuidad, habla a las claras del compromiso de todas estas personas con la cultura y con la defensa del patrimonio local y comarcal.
Como este año somos pocos nos hemos dividido en tres grupos, bien avenidos y repartidos. Conmigo y como podéis ver en la foto que amablemente nos hizo Tomás Torres (seguramente el mejor arqueólogo que conozco (con el permiso de Julián y Javier)) está Tonka, Llanos y Juanma, tres maravillosas personas con las que trabajar, bromear y profundizar en el mundo arqueológico. Tal vez estéis pensando que estaríamos mejor en el salón de casa, a la sombra, viendo en la tele un documental de cómo se excava; que nos encontraríamos mucho mejor con una bebida fresca en las manos, en lugar de estar picando y levantando polvo a 38 grados centígrados; que por las tardes la siesta es sagrada y no la deberíamos cambiar por limpiar cerámica o escuchar charlas sobre estratigrafía... Pero es que la tierra roja del Cerro tira mucho, y si además los de Orisos tienen la enorme deferencia de contar contigo es porque, verdaderamente, este año había que estar allí, en la ladera, picando, rascando y perfilando. Y, por supuesto, contemplando el discurrir de los trenes por la llanura manchega, al lado del Jabalón. Menudo lujo de campaña, ya os lo digo yo.



lunes, 16 de julio de 2012

Otro 18 de julio se avecina...

 No, no me entendáis mal, no me refiero a que la situación en este país es tan mala que podría ocurrir un nuevo golpe de estado y liarse pardísima otra vez, me refiero a que el miércoles es mi aniversario. Hasta ahí todo normal, me diréis. Es algo que, por regla general, hacemos todos los humanos (excepto algunos conocidos que prefieren conservar para sí su edad y siempre cumplen, ¡oh misterio insondable!, 43 años). El problema es que, además de que uno va pisando las inseguras tablas que cercan la fortaleza de los cuarenta, la fecha no es del todo amable. Algunos nacen el 25 de diciembre, o el 24, y todos coinciden en resaltar lo significativo del evento; otros han venido al mundo en fechas que marcan inicios de equinoccios, solsticios, días de la hispanidad o celebraciones varias...
...Y otros hemos nacido el 18 de julio. He ahí el motivo, el dilema, mi gran preocupación, mi marca negra e indeleble. Para un historiador la fecha resuena como una lúgubre campana en el interior del cuerpo, porque ese infausto día tres generales del ejército español (Franco, Goded y Mola) decidieron levantarse contra el gobierno legítimo de su patria y llevar a cabo un golpe de estado que se extendió a lo largo de tres años, en una guerra sin sentido que arruinó al país y cercenó las pocas esperanzas de libertad, igualdad, educación y modernidad que a la II República le quedaban. 18 de julio, día del Alzamiento nacional, anteriormente fecha de celebración (que ya me diréis qué demonios podía celebrarse: ¿la masacre de inocentes? ¿El comienzo de una guerra? ¿La destrucción de la industria nacional? ¿Los penosos años de autarquía paupérrima y de aislamiento internacional?). Y yo, incauto de mí, fui a nacer en tamaña fecha, que tantos regustos amargos me provoca. Pensaréis que la cosa no es para tanto, caramba, que debería hacer un esfuerzo por entresacar lo positivo del día y exorcizar al demonio funesto, al demonio sangriento y vil que me amarga la tarta de cumpleaños... Pero es complicado hacerlo cuando uno se pone a pensar en lo que inició esa fecha, en lo que supuso para los sufridos españoles de aquella época, en la violencia desatada en los dos bandos, en las venganzas y las deudas de sangre... Y sobre todo en la brutal y carbonizadora represión, en la justicia al revés (es decir, calificar de levantados contra la legalidad a quienes defendieron el gobierno legítimo de España), en la amenazadora sombra de la desafección... Hay tanto sufrimiento provocado por el 18 de julio, tantas voces exclaman su inocencia desde una cuneta o desde un panteón, desde una fosa común o desde las raíces de un olmo, que no puedo concentrarme en los fastos que todo cumpleaños lleva parejos.
Además de las cuestiones históricas existen otros motivos, algunos añejos ya, para que la fecha de mi cumpleaños sea algo secundario. Por ejemplo, el hecho de cumplir años en verano es una pesada carga cuando estás en primaria, porque nunca puedes llevar caramelos y adquirir cierto protagonismo, pasajero bien es cierto, pero protagonismo al fin y al cabo. Si me apuráis, el asunto se parece mucho a las compañías ferroviarias privadas o de pequeño tamaño: son muy recordadas en su área de influencia, en la zona en la que desarrollaron su tarea, pero se pierden en el miasma de la gran historia del ferrocarril español. Pues con los cumpleaños en verano ocurre lo mismo, que los recuerdan tus familiares y amigos (ahora también los agregados al feisbuk), pero nunca podrás decir que una vez toda la clase celebró tu aniversario con canciones moñas.
Luego, cuando uno crece, es más factible correrse una juerga con los amigos en el parque municipal para celebrar el acontecimiento, pero dio la casualidad de que esa fecha siempre coincidía con mi estancia lejos del hogar, estancia no de plaisir, que dicen los franceses, sino para trabajar de ferias (ahora no recuerdo si nos pillaba en La Roda o en Toledo, pero desde luego no en Santa Cruz). Para cuando se terminó el asunto de la venta ambulante comenzaron otros acontecimientos que sepultaron el hecho del cumpleaños en lo más hondo de las celebraciones: bodas y muertes de familiares, la mili en Canarias, y así un largo etcétera con el que no os aburriré. Tal vez por todo ello no me guste celebrar el cumpleaños, y procuro estar siempre lejos de casa ese día, seguramente como remembranza de otras estancias en tierras lejanas coincidentes con mi onomástica. Pero el motivo principal es el maldito 18 de julio. 
Era viernes, o al menos eso dice internet, y también sé, por lo que me han contado, que la feria de Santa Cruz se celebraba por aquél entonces. De hecho, el 18 era la apertura de la fiesta, con fuegos artificiales y todo eso (obvia decir que mi nacimiento impidió a mis progenitores contemplar tamaño espectáculo, y de paso también a mi tío Pepe, que fue quien llevó a mis padres al hospital de Valdepeñas). Curiosamente ese 18 de julio fue el último que se celebró bajo la mirada de Franco, ya que el dictador murió ese mismo año, un 20 de noviembre. Ya sé que el hecho tendría que alegrar un poco los regustos amargos que me provoca pensar en el alzamiento nacional, pero ni así lo consigo. Supongo que será una carga que habré de llevar toda la vida, igual que las compañías ferroviarias de ámbito comarcal o provincial siempre supieron que su ámbito de acción no rebasaría su territorio. En fin, no le daré más vueltas: cumplo años de nuevo, y otra vez en 18 de julio, qué le vamos a hacer.
Por cierto, hablando de trenes, hace tiempo que no me asomo al blog con una buena historia sobre el particular. Me la reservo para la próxima semana. Será mi regalo de cumpleaños.